domingo, 6 de enero de 2013

Un especialista de protocolo astuto, su pluma y... ¡una farsa!

Ocurrió hace más de dos décadas atrás, cuando yo hacía mi primera incursión profesional en el mundo de los eventos, trabajando como especialista en el equipo de protocolo de una renombrada institución gubernamental en Cuba, mi tierra natal.

Durante una concurrida ceremonia de firma de un importante acto internacional, en La Habana, la autoridad extranjera, después de ser invitada por el maestro de ceremonias para firmar el documento, se dirigió hasta la mesa montada especialmente para la ocasión, tomó la lujosa pluma Parker en la mano y... la pluma falló.

Rápidamente, como por arte de magia, el Sr. Robledo, que estaba al frente de nuestro equipo de protocolo, y que observaba todo con atención, sacó del bolsillo de su camisa otra bella pluma y se la entregó al ilustre invitado, que la aceptó y, con ella, firmó el documento. Después firmaron también las autoridades cubanas.

El incidente, como era de esperarse, rindió bastantes comentarios durante varios días. Y no faltaron elogios para el Sr. Robledo. El viejo especialista de protocolo consiguió evitar um momento más embarazoso, y se transformó en un ejemplo de cuán eficientes pueden ser algunos profesionales. La pluma que falló, hasta donde supe, fue "jubilada" poco tiempo después.

Aquel incidente marcó en parte el inicio de mi vida profesional. Aquel día yo también tenía una pluma en el bolsillo, y se la habría entregado rápido al Sr. Robledo, para que se la diera al invitado. Pero mi pluma no era elegante, y tampoco fui suficientemente rápido para actuar antes que él. Perdí una excelente oportunidad profesional.

Aprendí la lección y llevo conmigo hasta hoy una pluma mínimamente "decente" en eventos en los que pueda ser necesario. Nunca tuve la oportunidad de usarla en una situación como esa, ni en las decenas de ceremonias de firmas de actos que presencié durante los tres años en que trabajé en el sector responsable por eventos en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil.

Tal vez yo mismo haya eliminado la oportunidad de un momento tan especial como aquel que acabé de relatar. Desde aquel día, en eventos bajo mi responsabilidad, pruebo y hago que prueben una y otra vez la pluma que será utilizada para firmar cualquier documento. Ya sé que no soy perfecto, pero eso no va a ocurrir nuevamente en mi presencia.

No voy a negar que una u otra vez llegué a desear que alguna pluma fallara en mi presencia. Pero nunca tuve ni tendría coraje de hacer o que años después el Sr. Robledo me contó que había hecho aquel día: él mismo, antes de empezar el evento, había roto la punta de la pluma Parker. Una "farsa", como él mismo me dijo, que le rindió algunos "minutos de gloria".

(Esta historia es basada en hechos reales, pero el "Sr. Robledo" es un nombre ficticio).

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